Hoy, 11 de enero de 2024, se cumplen 45 años de la trágica muerte del poeta sayagués de Formariz, en
la ambulancia que le trasladaba desde el
edificio del antiguo Ministerio del
Ejercito del Aire, en la madrileña plaza de la Moncloa, hasta el hoy desaparecido Hospital Militar del Aire, en la
calle de Arturo Soria. Era el jueves 11 de enero de 1979.
Al arrojarse
desde una de las más de mil doscientas
ventanas
del cuarto piso del edificio y estrellarse contra el enlosado de uno de sus
patios interiores, el hilo de vida que le restaba no alcanzó para que los
médicos pudieran intentar recomponer su cuerpo despanzurrado y exangüe.
Pasaba
así, el brigada Justo Alejo Arenal, psicólogo del Servicio psicotécnico de
dicho Ministerio y poeta vanguardista, a figurar en la larga nómina de los
poetas suicidas de todos los tiempos y lugares, desde Safo de Lesbos (580 a.
C.) a Xu Lizhi (2014).
Hasta
hoy, que yo sepa, nadie ha podido acceder todavía al sumario de las actuaciones
judiciales de tan sobrecogedor suceso. El único vestigio, hasta ahora hecho
público, es el oficio que tuve la fortuna de hallar entre los documentos de su
hoja de servicios, cuando la pude consultar en el Archivo Histórico del
Ejército de Aire y del Espacio, en el castillo de Villaviciosa de Odón (Madrid).
Al menos, por este hallazgo podemos tener las referencias del Juzgado que instruyó el hecho (Juzgado Permanente nº 1 de la primera región aérea), el número 1013/79 de sus diligencias previas y el nombre del juez instructor (Coronel Darío Marote Gómez). Datos que dejo a disposición de los futuros investigadores interesados
En la biografía de nuestro poeta, debería quedar confirmado oficialmente su suicidio, pues no todos los que buscan datos sobre el luctuoso episodio que hoy conmemoramos lo reconocen como cierto. Algunos estiman, y dignas de consideración son las sospechas en que se fundan, que no fue voluntaria la caída fatal de su deceso.
Lamentablemente,
pocas dudas nos quedan a los que hemos tenido acceso a sus últimas cartas
(publicadas en francés en el libro Les
racines du manque (Editions Illador, 2009), del que es autora su amante
Anne-Marie Bernard. Las más significativas al respecto: una a su más íntimo amigo, el médico vallisoletano Ramón
Torío y otra a los miembros de la cooperativa lechera que en Aliste había
creado para sus amigos de Flechas y de Mahide. Hechos a los que podemos añadir
algunos versos propios de concluyente significación: “reventado de soledad y
hastío” u “obrero
que caíste, sin alas, desde el piso /cuarto de este edificio. / Hermano, estás
bien muerto y nadie te recuerda”. Y en un diario autógrafo e inédito del año
1958 que guarda un familiar, ya escribió: “He tenido una ligera
febrícula. Pienso con temor si volveré a reincidir en esa pleuresía antigua y [palabra ilegible] en algo espantoso…
Corren por el pensamiento algunas ideas sobre
el suicidio…”
Al recordarlo en este día, el mejor homenaje que sus paisanos sayagueses y zamoranos podemos tributarle es poner en valor y difundir su obra, pues, como bien ha escrito Antonio Piedra, “Justo Alejo es un gran poeta, y recordarlo una obligación.” Su obra es singular, creativa y rompedora, pues, como ya he dejado escrito en el capítulo a él dedicado en mi libro Mítico Sayago: “Nos hallamos ante una fuerza creadora de múltiples matices expresivos y finos registros de sensibilidad y resonancia líricas... ¡Hasta las más manidas voces o palabras las re-crea Justo Alejo haciéndolas sonar o aparecer escritas absolutamente reinventadas y trascendiendo su entidad gramatical o su grafía para sugerir nuevos significados!” Una originalidad de la que fue pionero en las letras hispanas.
El año que viene, se cumplirá el 90 aniversario de su nacimiento y en Sayago ya hemos comenzado a tratar de convencer a los actuales gestores de la cultura y del presupuesto para actos de su naturaleza, que hay que hacerle el homenaje que le corresponde y que sus antecesores en loscargos le negaron en el 2015, en su octogésimo aniversario. A la sazón, unos pocos nos desgañitamos por pregonar los méritos que a él nunca le hubiera gustado que ponderáramos: que es grande y debe figurar entre los grandes de las letras hispanas. Pero ni caso.
Así pues, ahora, nos corresponde anunciar que retomamos la
peregrinación por despachos y dependencias oficiales para insistir en el mismo
mensaje: Sayago y Zamora, entre sus bienes culturales de relevancia tienen un
poeta cuya obra, en
opinión de un plantel distinguido de eruditos, tiene valía como para que se le
conceda justamente un descollante puesto entre los eminentes.
Creámoslo
todos y obremos en consecuencia.
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