martes, 21 de abril de 2020

MI HOMENAJE A LOS QUE MUEREN

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Se  nos mueren. Les abate la corrosión inexorable del tiempo y de su desgaste por haber hecho mucho de lo poco, a base esfuerzos y renuncias. ¿Qué digo? Más que mucho de lo poco, ¡todo de la nada! Porque con sólo cuatro achiperres y su celo paterno, en unos lustros, nos catapultaron a un nivel de cultura, recursos sociales, infraestructuras, empleo y ocio equiparables a los del resto de países desarrollados de Occidente. Y eso que veníamos de las alpargatas, el tocino y los sabañones. O sea, de la miseria y desolación que la locura bestial de una guerra expande por el territorio en que se libra.

Pero ellos confiaban ciegamente en el poder arrollador de la voluntad humana cuando se entrega sin desmayo a la conquista de un noble ideal, hombro con hombro, dando lo mejor de sí mismos y sirviendo honestamente (en vez de servirse) a una causa que sólo ambicionaba el bien de todos, empezando por la familia propia y la nación.

Pena es que, poco a poco, estos modelos y referentes que sin presunción ninguna y sin alharacas han mostrado a nuestra generación (la última de la España de la escasez antes del coronavirus) el camino para estar en el mundo con dignidad. Y ahora, en silencio, con la misma discreción con que vivieron y trabajaron en vida, salen ahora de las residencias de mayores o de los hospitales para su definitivo y eterno descanso. Irreparable pérdida.

No lloremos por ellos. Rindámosles el homenaje que tienen tan merecido. Pero ahorrémonos las lágrimas, que habremos de derramar con largueza en los tiempos de precariedad y sufrimiento que, tal como van las cosas, se avecinan irremediablemente..

¿Cómo iba a poder ser de otra manera? Ya hace años que la sociedad del bienestar venía ridiculizando a estos maridos fieles, hombres de palabra, trabajadores sacrificados, padres responsables, patriotas fervientes y consecuentes con el sentido trascendente de su existencia. A cambio ¿qué? ¿No ven la tele? Tarambanas, perdularios, fantoches, irresponsables, birrias, trapaceros, estafadores, traidores, puteros, vividores, vagos, badulaques, follones… No hay otra cosa.

Con tales modelos nuestra sociedad, sumergida en una crisis de valores mucho más preocupante que la que nos azo, si no reacciona con premura va a padecer consecuencias de terrible alcance. Esto no ha hecho más que empezar.

Claro que hay otra manera de ver las cosas: acaso estas convulsiones sean los primeros síntomas del alumbramiento de una ruptura con la sinrazón para volver al buen sentido. ¡Ojala!

lunes, 13 de abril de 2020

PLAZA DE TOROS (y II)



En Almeida la afición a los toros viene de lejos, ya lo hemos dicho. Pero, ¿desde cuándo?  y  ¿por qué?.
Dos preguntas cuyas respuestas les gustaría conocer a los que sienten curiosidad por los hechos históricos. Pero, hoy por hoy, solo a la primera podemos responder rotundamente. Pero para responder a la segunda, no he hallado la forma de ir más allá de algunos indicios.
Antes de la creación en España de los registros civiles en 1870, ya existían desde 1562 los archivos parroquiales, fecha en que fueron establecidos en el Concilio de Trento (1545-1563). Pues bien, Ramón Carnero Felipe, en el archivo de la parroquia de San Juan Bautista de Almeida, descubrió algunos datos de interés. Anotaciones de los libros parroquiales revelaron que hasta finales del S. XVII principios del XVIII el “correr los toros” estaba vinculado a las cofradías religiosas, pues las ofrendas de algunos ganaderos eran en especies. Por lo cual, en repetidas ocasiones, los festejos taurinos corrieron a cargo de la cofradía de San Roque. La primera referencia que sobre este particular que aparece en dichas fuentes data de 1725. Hace la friolera de doscientos cinco años. Y en una anotación de 1737 se detalla la aportación “dos toros que corrieron en este lugar y que se dieron de limosna para el Santo….700 reales”.[1] Por tanto, la respuesta a la primera pregunta formulada arriba (cuándo), nos sitúa en la primera mitad del siglo XVIII.
Pasemos ahora a la siguiente pregunta (por qué). En este caso, no podremos ser tan rotundos, puesto que no contamos con testimonios ni noticias avaladas por fuentes escritas y tenemos que movernos en el terreno de los indicios indicativos o supuestos derivados de la interpretación de ciertas actitudes costumbristas. Lamento que la sociología no sea una ciencia exacta.
Juan A. Panero, analizando determinados factores geopolíticos, atribuye la afición taurina de los almeidenses a la vecindad de varias dehesas (Torremut, Villoria, Estacas, Carozos, Paredes, Pelilla) en las que cada año se efectuaba el marcaje de los becerros y se celebraba una tienta para conocer su bravura. A tal evento se permitía acudir a los mozos y muchachos del pueblo, pues muchos de ellos ya habían establecido contacto con tales reses, sirviendo algún verano como trilliques en dichas haciendas. Era una manera de conseguir un jornal, o al menos ser mantenidos, los niños de las familias humildes en tiempos de precariedad.



Por otra parte, desde antiguo, jugar a los toros era una de las distracciones más habituales de la muchachada en los recreos escolares o en alguna de las plazuelas del barrio, que se mantuvo al menos hasta mediados de la década de los 60 del pasado siglo. Una afición heredada desde tiempo inmemorial de generación en generación. [2]
Y no debo extenderme más, pues he de atenerme a completar la historia de nuestra plaza de toros con un interesante hallazgo, que, si bien no he podido confirmar adecuadamente, sí es un dato sorprendente que no quiero dejar de compartir con mis paisanos.
Al director del diario de la tarde Heraldo de Zamora, Enrique Calamita Matilla, le encantaba Almeida y buena muestra de ello son las numerosas noticias que su periódico publicó sobre nuestro pueblo. Una de ellas, del 29 de septiembre de 1924, es la que reproduzco, pues contiene una información de notable interés.



¡Gran sorpresa! Según este periódico, parece que, en tiempos a los que en 1924 se califica de “hace muchos años”, existió en nuestro pueblo una plaza de toros, antecesora de la actual. ¡Genial! A primera vista, una importante aportación para la historia, a priori.
Pero, ¿es suficiente este testimonio para poder dar por cierta esta noticia? El rigor nos exige otras fuentes que lo ratifiquen. A primera vista, parece que el periodista sabe de qué habla, puesto que nos ofrece la terna de novilleros que actuaron el día de su inauguración. Y puntualiza que “quedó en ruinas en aquella época”, es decir, no se sabe cuándo.
Vamos primero a preguntar a los más ancianos del pueblo, a los pocos nonagenarios y octogenarios de Almeida. ¿Qué saben ellos? Nada, en absoluto. Ni siquiera a sus padres y abuelos oyeron hablar de esa antigua plaza de toros. En los dos libros de actas municipales, que milagrosamente han sobrevivido a lamentables actuaciones de algún alcalde pirómano de infeliz memoria, tampoco hay constancia ni alusión alguna de la misma.
Quedaba un hilo del que tirar, para al menos saber a qué época se refiere el redactor de la noticia: averiguar algo sobre los componentes del cartel inaugural. A ello me entrego. El primer resultado es que el nombre del primer diestro está equivocado. No es Fernando Guerra “Latas”, sino Fernando Martín Guerrero “El Latas”. Esta información me la proporcionó mi buen amigo el periodista José Delfín Val, hijo del que fuera comentarista taurino de El Adelanto, que firmaba “El Clarinero”. A partir de ella pude componer algunos datos biográficos de este novillero salmantino. Un “figura”, ciertamente, que, en los años veinte, simultaneó las novilladas en numerosas fiestas de los pueblos importantes de Salamanca y Zamora, con destacados éxitos, con su trabajo en los inviernos en el Casino salmantino. En esta institución era el encargado de avivar los braseros. Reponía, con una lata, las brasas de cisco, cuando ya se apaga el rescoldo de los braseros de las mesas de la sala de juegos. Pues bien, pude averiguar que “El Latas” comenzó su etapa de novillero, a partir del verano de 1907, fecha en que se tiró como espontáneo en una novillada que se celebró en la plaza de toros de Salamanca.[3] Lo que nos aporta el dato de que la inauguración de la plaza a que venimos refiriéndonos no pudo ser anterior a esta fecha y, en consecuencia, no fue hace tantos años para que no quede memoria alguna. Pues tampoco se conocen en Almeida restos arquitectónicos de la misma.
¿Estamos ante un error? Ya hemos anotado uno del redactor de la noticia, pero hay más. En los primeros renglones escribe “según pucheta”, una palabra que no existe en castellano y que me llevó un largo tiempo en descubrir que se trataba de un nombre propio y hubiera debido estar escrito con mayúscula. [4] Se trata del alias de Antonio Jimeno Gil “Pancheta”, un mozo de espadas valenciano al servicio de quien lo contratara, que derrochaba simpatía y facundia. Honrado a carta cabal, se encontró un cheque al portador por valor de 15.000 pts. del año 1929 y en seguida se apresuró a entregarlo a las autoridades. Este gesto y el hecho que diera su sangre al novillero sevillano Juanito Jiménez, tras la cogida mortal que sufrió en Valencia el 3 agosto 1924, salió en muchos periódicos de la época.[5]
Terminaré confirmando que es real y correcto el nombre de Eugenio Noel, seudónimo de Eugenio Muñoz Díaz. Un escritor de novela y ensayo, acérrimo detractor del casticismo español. Destacó por escribir y recorrer España arremetiendo contra la tauromaquia y contra el flamenco. Nació en Madrid, el 6 de septiembre de 1885 y murió en Barcelona, el 23 de abril de 1936.
¡Uf! Hasta aquí hemos llegado. Agotado el tema (y el autor), no queda más que agradecer al lector su santa paciencia. Me excuso: es que no me gusta dejar cabos sueltos.




[1] La Parroquia de San Juan Bautista de Almeida de Sayago. Asociación Cultural San Roque de Almeida. Zamora 1987.
[2] Juan A. Panero, Almeida de Sayago. Pasado y presente de sus tierras y sus gentes. Náyade editorial. 2014.
[3] El Adelanto. Salamanca , 15 de julio de 1907, pág. 2.
[4] Dice “pancheta” (con minúscula) y debería decir “Pancheta” (con minúscula).
[5] El Día. Alicante, 17 de agosto de 1934. La Voz: diario gráfico de información.  Córdoba, 18 de agosto de 1934, pág. 12.

domingo, 5 de abril de 2020

PLAZA DE TOROS (I)



Los almeidenses fueron siempre muy aficionados a los toros. Las becerradas que en las fiestas patronales de San Roque y Nuestra Señora, en la mitad de agosto, fueron famosas en toda la provincia de Zamora y en tierras de Ledesma. Y hasta de lejanos pueblos, desde siempre, y más cuando las motos y el seat seiscientos se popularizaron, acudían forasteros en abundancia a las becerradas que tenían lugar en su famosa plaza de toros, edificada en piedra. En aquel entonces la única que había en todo Sayago.
El sociólogo y profesor Luis A. Domingues Polanah ha dejado escrito que “desde que se instaló una plaza de toros, y las corridas tauromáquicas pasaron a formar parte de estos festejos, Almeida no podía haber alcanzado mayor proyección y para el amor propio de sus habitantes la plaza de toros se convirtió en un símbolo de la pujanza cultural y económica, haciendo crecer su prestigio entre los municipios de Sayago. Ninguno tiene una plaza igual, ni siquiera el mismo Fermoselle ni Bermillo, construida en anfiteatro, con la arena en el centro como en las grandes plazas de España”.[1]
Felizmente aún vive don Juan Antonio Panero Martín, el entonces alcalde que, atento al sentir del pueblo y con el voto unánime de toda la Corporación municipal, tomó la iniciativa de su construcción, en los años 1976 y 1977, con la ayuda de todos los vecinos, a prestación personal. Gracias a su disposición incondicional y proverbial amabilidad, podemos contar con el relato personal de tal empresa. Una aportación impagable para la posteridad, merecedora de gratitud perdurable por nuestra parte.

Tradicionalmente los festejos taurinos se venían realizando en una plaza de carros, primeramente en la plaza mayor del pueblo y posteriormente en la Cortina de la Feria. Pero los carros de labor comenzaban a ser considerados como piezas apreciadas de museo y a guardarse como recuerdo. Por ello eran prestados de mala gana por sus propietarios ante posibles deterioros, forzando al Ayuntamiento a tener que “requisarlos”, por así decirlo, o imponiendo una multa de 250 pts a quienes no lo prestasen. Todo un dilema. Lo mismo ocurría con los recién estrenados remolques de los tractores que iban sustituyendo a los carros. Cualquier rayón era una herida para el dueño.
Tomando en consideración tales circunstancias, la opinión generalizada fue de que había que cambiar y, en julio de 1976, se tomó la decisión unánime de construir una plaza de toros para siempre y que además pudiese ser utilizada para servicios múltiples, circo, teatro, festivales al aire libre, etc.
La obra no era una empresa fácil. Pero la gente estaba muy dispuesta a afrontarla con entusiasmo, aun a sabiendas de que requería terrenos, ayuda económica y mucho esfuerzo personal. En primer lugar había que comprar una pequeña cortina adjunta a la Cortina de la Feria, propiedad de Isaac Tejedor, residente en Madrid, a quien telefónicamente se le hizo saber los deseos del pueblo de ubicar allí una plaza de toros. Mostró alegría por la idea y puso un precio módico, 50.000 pts. A renglón seguido se iniciaron las obras.

“En los primeros días de agosto, a menos de quince días para las fiestas, una máquina de cadenas hizo la explanación del terreno donde se emplazaría el ruedo. Seguidamente otra máquina más ligera de la Empresa Áridos Zamora con sus camiones y el de Rufino de Bermillo aportaron la piedra de Villamor de Cadozos, una piedra ideal para hacer pared.
Bajo la dirección de Juan Calixto se sumaron rápidamente cuadrillas de voluntarios a levantar la pared del ruedo. Ese año, todos fueron gente mayor, jubilados en su mayoría, muy acostumbrados a colocar piedras en las paredes de sus fincas. Mientras unos hacían la pared, otros preparaban en la hormigonera el cemento con el que se iba asentando piedra tras piedra. Diariamente se tomaba nota de las personas que acudían gozosos al trabajo; una larga lista que contabilizó ese año a 158 vecinos.
Detrás de la pared, Rufino, con su máquina de cadenas iba echando tierra alrededor en plano inclinado donde se irían emplazando las primeras gradas a base de ladrillos y cemento. Su construcción la llevó el referido Juan Calixto con su cuadrilla de peones. Los voluntarios le aportaban los materiales correspondientes. Ángel Puente se hizo cargo de los trabajos correspondientes a puertas y burladeros”.
Al año siguiente, 1977, no se reanudaron los trabajos hasta mediados de julio. Nuevos movimientos de tierras para elevar el terraplén a cargo de Matías de Salamanca con su máquina y camión. Más gradas hasta completar el ruedo, más obra en definitiva con nuevos grupos de voluntarios.
“En este año –señala Panero-, se sumaría mucha gente joven. Se tomaba nota de los asistentes día a día; muchos repetían y por ello la lista se cerró ese año con 244 colaboradores. Quien no pudo asistir al trabajo pagó a un obrero. Y quien no pudo contribuir con su esfuerzo ni encontró a ese obrero, colaboró con cantidades en metálico que oscilaron entre las 500 y las mil pesetas. Téngase en cuenta que entonces un obrero venía cobrando entre las 300 y 350 pts. al día. Tanto de esta lista como la del año anterior conservo copia en mi poder merecedoras de ser expuestas algún día en un cuadro de honor.”
Al fin, felizmente, la plaza se concluyó. Ese año hubo festivales taurinos los días 13, 14 y 17 de agosto. El día 13, con el coso a rebosar, rejonearon Fermín Bohórquez y Josechu Pérez de Mendoza, primeras figuras de la especialidad escalafón taurino de la época  El día 14 el festejo fue para los mozos con el popular “toro del vino”. Y el 17, cuatro novillos para los correspondientes novilleros.
“Al año siguiente rejonearon los hermanos Peralta. Ni que decir tiene el gentío de todos los rincones de Sayago que vino a verlos. Más de tres mil entradas se vendieron. Y así cada año, durante los años que fui alcalde y que el Ayuntamiento se hizo cargo de los festejos taurinos. Siempre quedó un jugoso superávit para el año siguiente”.
Ahora, con la aciaga despoblación, la plaza permanece silente e inane. ¡Una pena! Pero no por eso vamos a dejar que el inexorable orín del tiempo sepulte su historia, sobre todo por la hermosa y plausible lección de aquellos nuestros paisanos que con su entusiasmo y esfuerzo solidario llevaron a buen término tan memorable monumento. ¡Loor y vítores para todos ellos!
Próxima entrega: Plaza de Toros (y 2)



[1] Luis A. Domingues Polanah. Campesinos de Sayago. Estructura social y representaciones simbólicas de una comunidad rural. Instituto de Estudios Zamoranos ”Florián Ocampo”, Diputación de Zamora, caja España. Zamora 1996. Pág. 313.