lunes, 13 de abril de 2020

PLAZA DE TOROS (y II)



En Almeida la afición a los toros viene de lejos, ya lo hemos dicho. Pero, ¿desde cuándo?  y  ¿por qué?.
Dos preguntas cuyas respuestas les gustaría conocer a los que sienten curiosidad por los hechos históricos. Pero, hoy por hoy, solo a la primera podemos responder rotundamente. Pero para responder a la segunda, no he hallado la forma de ir más allá de algunos indicios.
Antes de la creación en España de los registros civiles en 1870, ya existían desde 1562 los archivos parroquiales, fecha en que fueron establecidos en el Concilio de Trento (1545-1563). Pues bien, Ramón Carnero Felipe, en el archivo de la parroquia de San Juan Bautista de Almeida, descubrió algunos datos de interés. Anotaciones de los libros parroquiales revelaron que hasta finales del S. XVII principios del XVIII el “correr los toros” estaba vinculado a las cofradías religiosas, pues las ofrendas de algunos ganaderos eran en especies. Por lo cual, en repetidas ocasiones, los festejos taurinos corrieron a cargo de la cofradía de San Roque. La primera referencia que sobre este particular que aparece en dichas fuentes data de 1725. Hace la friolera de doscientos cinco años. Y en una anotación de 1737 se detalla la aportación “dos toros que corrieron en este lugar y que se dieron de limosna para el Santo….700 reales”.[1] Por tanto, la respuesta a la primera pregunta formulada arriba (cuándo), nos sitúa en la primera mitad del siglo XVIII.
Pasemos ahora a la siguiente pregunta (por qué). En este caso, no podremos ser tan rotundos, puesto que no contamos con testimonios ni noticias avaladas por fuentes escritas y tenemos que movernos en el terreno de los indicios indicativos o supuestos derivados de la interpretación de ciertas actitudes costumbristas. Lamento que la sociología no sea una ciencia exacta.
Juan A. Panero, analizando determinados factores geopolíticos, atribuye la afición taurina de los almeidenses a la vecindad de varias dehesas (Torremut, Villoria, Estacas, Carozos, Paredes, Pelilla) en las que cada año se efectuaba el marcaje de los becerros y se celebraba una tienta para conocer su bravura. A tal evento se permitía acudir a los mozos y muchachos del pueblo, pues muchos de ellos ya habían establecido contacto con tales reses, sirviendo algún verano como trilliques en dichas haciendas. Era una manera de conseguir un jornal, o al menos ser mantenidos, los niños de las familias humildes en tiempos de precariedad.



Por otra parte, desde antiguo, jugar a los toros era una de las distracciones más habituales de la muchachada en los recreos escolares o en alguna de las plazuelas del barrio, que se mantuvo al menos hasta mediados de la década de los 60 del pasado siglo. Una afición heredada desde tiempo inmemorial de generación en generación. [2]
Y no debo extenderme más, pues he de atenerme a completar la historia de nuestra plaza de toros con un interesante hallazgo, que, si bien no he podido confirmar adecuadamente, sí es un dato sorprendente que no quiero dejar de compartir con mis paisanos.
Al director del diario de la tarde Heraldo de Zamora, Enrique Calamita Matilla, le encantaba Almeida y buena muestra de ello son las numerosas noticias que su periódico publicó sobre nuestro pueblo. Una de ellas, del 29 de septiembre de 1924, es la que reproduzco, pues contiene una información de notable interés.



¡Gran sorpresa! Según este periódico, parece que, en tiempos a los que en 1924 se califica de “hace muchos años”, existió en nuestro pueblo una plaza de toros, antecesora de la actual. ¡Genial! A primera vista, una importante aportación para la historia, a priori.
Pero, ¿es suficiente este testimonio para poder dar por cierta esta noticia? El rigor nos exige otras fuentes que lo ratifiquen. A primera vista, parece que el periodista sabe de qué habla, puesto que nos ofrece la terna de novilleros que actuaron el día de su inauguración. Y puntualiza que “quedó en ruinas en aquella época”, es decir, no se sabe cuándo.
Vamos primero a preguntar a los más ancianos del pueblo, a los pocos nonagenarios y octogenarios de Almeida. ¿Qué saben ellos? Nada, en absoluto. Ni siquiera a sus padres y abuelos oyeron hablar de esa antigua plaza de toros. En los dos libros de actas municipales, que milagrosamente han sobrevivido a lamentables actuaciones de algún alcalde pirómano de infeliz memoria, tampoco hay constancia ni alusión alguna de la misma.
Quedaba un hilo del que tirar, para al menos saber a qué época se refiere el redactor de la noticia: averiguar algo sobre los componentes del cartel inaugural. A ello me entrego. El primer resultado es que el nombre del primer diestro está equivocado. No es Fernando Guerra “Latas”, sino Fernando Martín Guerrero “El Latas”. Esta información me la proporcionó mi buen amigo el periodista José Delfín Val, hijo del que fuera comentarista taurino de El Adelanto, que firmaba “El Clarinero”. A partir de ella pude componer algunos datos biográficos de este novillero salmantino. Un “figura”, ciertamente, que, en los años veinte, simultaneó las novilladas en numerosas fiestas de los pueblos importantes de Salamanca y Zamora, con destacados éxitos, con su trabajo en los inviernos en el Casino salmantino. En esta institución era el encargado de avivar los braseros. Reponía, con una lata, las brasas de cisco, cuando ya se apaga el rescoldo de los braseros de las mesas de la sala de juegos. Pues bien, pude averiguar que “El Latas” comenzó su etapa de novillero, a partir del verano de 1907, fecha en que se tiró como espontáneo en una novillada que se celebró en la plaza de toros de Salamanca.[3] Lo que nos aporta el dato de que la inauguración de la plaza a que venimos refiriéndonos no pudo ser anterior a esta fecha y, en consecuencia, no fue hace tantos años para que no quede memoria alguna. Pues tampoco se conocen en Almeida restos arquitectónicos de la misma.
¿Estamos ante un error? Ya hemos anotado uno del redactor de la noticia, pero hay más. En los primeros renglones escribe “según pucheta”, una palabra que no existe en castellano y que me llevó un largo tiempo en descubrir que se trataba de un nombre propio y hubiera debido estar escrito con mayúscula. [4] Se trata del alias de Antonio Jimeno Gil “Pancheta”, un mozo de espadas valenciano al servicio de quien lo contratara, que derrochaba simpatía y facundia. Honrado a carta cabal, se encontró un cheque al portador por valor de 15.000 pts. del año 1929 y en seguida se apresuró a entregarlo a las autoridades. Este gesto y el hecho que diera su sangre al novillero sevillano Juanito Jiménez, tras la cogida mortal que sufrió en Valencia el 3 agosto 1924, salió en muchos periódicos de la época.[5]
Terminaré confirmando que es real y correcto el nombre de Eugenio Noel, seudónimo de Eugenio Muñoz Díaz. Un escritor de novela y ensayo, acérrimo detractor del casticismo español. Destacó por escribir y recorrer España arremetiendo contra la tauromaquia y contra el flamenco. Nació en Madrid, el 6 de septiembre de 1885 y murió en Barcelona, el 23 de abril de 1936.
¡Uf! Hasta aquí hemos llegado. Agotado el tema (y el autor), no queda más que agradecer al lector su santa paciencia. Me excuso: es que no me gusta dejar cabos sueltos.




[1] La Parroquia de San Juan Bautista de Almeida de Sayago. Asociación Cultural San Roque de Almeida. Zamora 1987.
[2] Juan A. Panero, Almeida de Sayago. Pasado y presente de sus tierras y sus gentes. Náyade editorial. 2014.
[3] El Adelanto. Salamanca , 15 de julio de 1907, pág. 2.
[4] Dice “pancheta” (con minúscula) y debería decir “Pancheta” (con minúscula).
[5] El Día. Alicante, 17 de agosto de 1934. La Voz: diario gráfico de información.  Córdoba, 18 de agosto de 1934, pág. 12.

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