domingo, 5 de abril de 2020

PLAZA DE TOROS (I)



Los almeidenses fueron siempre muy aficionados a los toros. Las becerradas que en las fiestas patronales de San Roque y Nuestra Señora, en la mitad de agosto, fueron famosas en toda la provincia de Zamora y en tierras de Ledesma. Y hasta de lejanos pueblos, desde siempre, y más cuando las motos y el seat seiscientos se popularizaron, acudían forasteros en abundancia a las becerradas que tenían lugar en su famosa plaza de toros, edificada en piedra. En aquel entonces la única que había en todo Sayago.
El sociólogo y profesor Luis A. Domingues Polanah ha dejado escrito que “desde que se instaló una plaza de toros, y las corridas tauromáquicas pasaron a formar parte de estos festejos, Almeida no podía haber alcanzado mayor proyección y para el amor propio de sus habitantes la plaza de toros se convirtió en un símbolo de la pujanza cultural y económica, haciendo crecer su prestigio entre los municipios de Sayago. Ninguno tiene una plaza igual, ni siquiera el mismo Fermoselle ni Bermillo, construida en anfiteatro, con la arena en el centro como en las grandes plazas de España”.[1]
Felizmente aún vive don Juan Antonio Panero Martín, el entonces alcalde que, atento al sentir del pueblo y con el voto unánime de toda la Corporación municipal, tomó la iniciativa de su construcción, en los años 1976 y 1977, con la ayuda de todos los vecinos, a prestación personal. Gracias a su disposición incondicional y proverbial amabilidad, podemos contar con el relato personal de tal empresa. Una aportación impagable para la posteridad, merecedora de gratitud perdurable por nuestra parte.

Tradicionalmente los festejos taurinos se venían realizando en una plaza de carros, primeramente en la plaza mayor del pueblo y posteriormente en la Cortina de la Feria. Pero los carros de labor comenzaban a ser considerados como piezas apreciadas de museo y a guardarse como recuerdo. Por ello eran prestados de mala gana por sus propietarios ante posibles deterioros, forzando al Ayuntamiento a tener que “requisarlos”, por así decirlo, o imponiendo una multa de 250 pts a quienes no lo prestasen. Todo un dilema. Lo mismo ocurría con los recién estrenados remolques de los tractores que iban sustituyendo a los carros. Cualquier rayón era una herida para el dueño.
Tomando en consideración tales circunstancias, la opinión generalizada fue de que había que cambiar y, en julio de 1976, se tomó la decisión unánime de construir una plaza de toros para siempre y que además pudiese ser utilizada para servicios múltiples, circo, teatro, festivales al aire libre, etc.
La obra no era una empresa fácil. Pero la gente estaba muy dispuesta a afrontarla con entusiasmo, aun a sabiendas de que requería terrenos, ayuda económica y mucho esfuerzo personal. En primer lugar había que comprar una pequeña cortina adjunta a la Cortina de la Feria, propiedad de Isaac Tejedor, residente en Madrid, a quien telefónicamente se le hizo saber los deseos del pueblo de ubicar allí una plaza de toros. Mostró alegría por la idea y puso un precio módico, 50.000 pts. A renglón seguido se iniciaron las obras.

“En los primeros días de agosto, a menos de quince días para las fiestas, una máquina de cadenas hizo la explanación del terreno donde se emplazaría el ruedo. Seguidamente otra máquina más ligera de la Empresa Áridos Zamora con sus camiones y el de Rufino de Bermillo aportaron la piedra de Villamor de Cadozos, una piedra ideal para hacer pared.
Bajo la dirección de Juan Calixto se sumaron rápidamente cuadrillas de voluntarios a levantar la pared del ruedo. Ese año, todos fueron gente mayor, jubilados en su mayoría, muy acostumbrados a colocar piedras en las paredes de sus fincas. Mientras unos hacían la pared, otros preparaban en la hormigonera el cemento con el que se iba asentando piedra tras piedra. Diariamente se tomaba nota de las personas que acudían gozosos al trabajo; una larga lista que contabilizó ese año a 158 vecinos.
Detrás de la pared, Rufino, con su máquina de cadenas iba echando tierra alrededor en plano inclinado donde se irían emplazando las primeras gradas a base de ladrillos y cemento. Su construcción la llevó el referido Juan Calixto con su cuadrilla de peones. Los voluntarios le aportaban los materiales correspondientes. Ángel Puente se hizo cargo de los trabajos correspondientes a puertas y burladeros”.
Al año siguiente, 1977, no se reanudaron los trabajos hasta mediados de julio. Nuevos movimientos de tierras para elevar el terraplén a cargo de Matías de Salamanca con su máquina y camión. Más gradas hasta completar el ruedo, más obra en definitiva con nuevos grupos de voluntarios.
“En este año –señala Panero-, se sumaría mucha gente joven. Se tomaba nota de los asistentes día a día; muchos repetían y por ello la lista se cerró ese año con 244 colaboradores. Quien no pudo asistir al trabajo pagó a un obrero. Y quien no pudo contribuir con su esfuerzo ni encontró a ese obrero, colaboró con cantidades en metálico que oscilaron entre las 500 y las mil pesetas. Téngase en cuenta que entonces un obrero venía cobrando entre las 300 y 350 pts. al día. Tanto de esta lista como la del año anterior conservo copia en mi poder merecedoras de ser expuestas algún día en un cuadro de honor.”
Al fin, felizmente, la plaza se concluyó. Ese año hubo festivales taurinos los días 13, 14 y 17 de agosto. El día 13, con el coso a rebosar, rejonearon Fermín Bohórquez y Josechu Pérez de Mendoza, primeras figuras de la especialidad escalafón taurino de la época  El día 14 el festejo fue para los mozos con el popular “toro del vino”. Y el 17, cuatro novillos para los correspondientes novilleros.
“Al año siguiente rejonearon los hermanos Peralta. Ni que decir tiene el gentío de todos los rincones de Sayago que vino a verlos. Más de tres mil entradas se vendieron. Y así cada año, durante los años que fui alcalde y que el Ayuntamiento se hizo cargo de los festejos taurinos. Siempre quedó un jugoso superávit para el año siguiente”.
Ahora, con la aciaga despoblación, la plaza permanece silente e inane. ¡Una pena! Pero no por eso vamos a dejar que el inexorable orín del tiempo sepulte su historia, sobre todo por la hermosa y plausible lección de aquellos nuestros paisanos que con su entusiasmo y esfuerzo solidario llevaron a buen término tan memorable monumento. ¡Loor y vítores para todos ellos!
Próxima entrega: Plaza de Toros (y 2)



[1] Luis A. Domingues Polanah. Campesinos de Sayago. Estructura social y representaciones simbólicas de una comunidad rural. Instituto de Estudios Zamoranos ”Florián Ocampo”, Diputación de Zamora, caja España. Zamora 1996. Pág. 313.

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