Me declaro fan incondicional y alumno
ferviente de Héctor Rojas Heraz. Un escritor que, cuando lo lees, se te quitan
las ganas de volver a escribir; pues ya quedarás convencido para el resto de tu
vida de que nunca lograrás pasar de aprendiz de este oficio.
¡Qué bien lo ha descrito el compromiso y funciones
del escritor el genial novelista colombiano, autor de En noviembre llega el arzobispo y Celia se pudre.
“El
escritor, al unísono, actúa bajo dos impresiones: la humildad y el orgullo,
Humildad, porque su contribución siempre será limitada y precaria, rezagada.
Orgullo, porque sabe, en una forma trascendente por lo inexorable, que está contribuyendo
a forjar su idioma, incidiendo en su destino final. De allí el compromiso con
su palabra. Tiene un hondo deber, un patético deber. Cada vocablo tiene vida
propia, cada cláusula está cargada de una energía que puede fecundar o
destruir. Es, pues, responsable como ningún otro artesano de su tarea. Tiene
que ejecutarla en un tiempo preciso —el tiempo de su vida expresiva, que es un
tiempo limitado y gimnástico, generacionalmente acotable—y hacerla con los
instrumentos más codiciosos. En cada afirmación o negación, en la más simple
partícula descriptiva, en el verbo o el adjetivo aparentemente más inocuos,
está ganando o perdiendo su alma. Y, a lo mejor, contribuyendo a que la pierda
o la gane quien lo escucha. De allí su desazón por la justicia nominativa. Debe
ser justo. Justo con su obra y justo con quien le ha otorgado su libertad de
leerlo.”
Hector Rojas Heraz en Mi pequeño credo.
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