He aquí una crónica más tratando de lo que
pudo haber sido y no fue. ¡Qué lástima! Se trata de otra ocasión en la que
Sayago se quedó a verlas venir.
Hablamos del año 1925. El Directorio de Primo de Rivera promulgó un plan de
construcción de nuevos ferrocarriles de ancho ibérico,
los llamados “ferrocarriles secundarios”, que debían completar la red principal
ferrovía ya existente.
En dicho anteproyecto, que comprendía un
total de 9.142 kilómetros de vía, el Consejo Nacional Ferroviario señalaba tres
clases de ferrocarriles: “Nacionales, regionales y locales”. En esta última
categoría, que incluía 38 líneas, figuraba una “de Salamanca a Fermoselle”, de
80 kilómetros de recorrido, ocupando en la lista el quinto lugar, toda vez que
las 33 restantes tenían bastante menos extensión. (Entre 7 y 20 kilómetros eran
varias las que se indicaban)
“Salamanca a Fermoselle, 80 kilómetros”. No
decía más el anteproyecto, reservando a las corporaciones y particulares la
misión de definir el trazado para que abría una información pública de 30 días,
hasta el 13 de mayo de 1925.
Entendiéndolo así, en el diario salmantino El
Adelanto del 5 de abril de 1925, en primera página y a dos columnas, José
Ml. Bartolomé, adelanta el contenido del informe sobre el trazado que va a
entregar en la Jefatura de Obras Públicas, en el plazo y forma que determina la
disposición oficial.
Así razona, en dicho informe: “Al señalar
para el mentado ferrocarril 80 kilómetros de longitud, bien claro se dice que
el Consejo Superior ha hecho anticipadamente un verdadero estudio sobre el
trazado que ha de llevar, ocultándolo para así estimular el ingenio y las
disputas de los hombres.
Ateniéndonos, pues, a la pobreza de
orientaciones que se nos da, si la lógica se ajusta a la realidad, como esos 80
kilómetros son precisamente los que existen de Salamanca a Fermoselle “por
Ledesma”, evidente es que el trazado de este ferrocarril no puede ser otro,
desde esta capital, que la rigurosa margen derecha del Tormes. Pretender
variarlo, llevándolo, verbigracia por la margen izquierda, la desestimación
sería rapidísima. No sólo porque el trazado aumentaría más de los 80 kilómetros
que oficialmente se fijan en el anteproyecto, sino porque en alguna parte
habría que construir un puente, dificultad enorme que, marcando el recorrido
por la indicada margen derecha que, “como la línea recta es el camino más
corto”, según aprendimos de muchachos. Además, ya dice en la Memoria
explicativa su autor, el presidente de la sección, señor Santamaría, que hay
que reducir gastos. Indudable es también que el Consejo Superior Ferroviario,
al hacer sus estudios, habrá tomado buena nota de la categoría y rendimientos
que pueden dar los pueblos favorecidos con el trazado, y a su tecnicismo no se le
podía escapar que los servicios e ingresos aumentan en cuantía llevándolo por
la margen derecha en la que tenemos la importante fábrica de harinas de Zorita,
el antiguo balneario de Ledesma y lo que aumentaría el modestísimo que existe
en Almeida de Sayago, mas el contingente que dan Carbellino, Roelos, Salce,
Argusino y Cibanal, de la provincia de Zamora, que tan alejados viven de las
líneas generales ferroviarias.
Como la tan repetida vía férrea está incluida
en la categoría de las “locales”, respetuosamente he de manifestar que tal
clasificación es a mi juicio equivocada […] porque la cual línea debe alcanzar
la categoría de “estratégica”, pues sabido es que Fermoselle es un pueblo
rigurosamente fronterizo con Portugal.
Además, el formidable proyecto de los Saltos
del Duero necesita a priori de un ferrocarril que pudieras llamarse industrial.
Y como hasta Ledesma llega la magnitud de esa empresa en la que Carbellino
juega un papel de extraordinaria importancia, la misma grande obra de los
Saltos del Duero parece como que impone que el trazado sea el que hemos
señalado; la margen derecha del Tormes”.
Las razones que alega el señor Bartolomé en
su informe son irrefutables y se atienen a un pragmatismo inteligente no
contaminado por abdicaciones espurias. Pero, por fas o por nefas, es el caso de
que no llegó a existir tal línea férrea, ni por la margen derecha del Tormes,
ni por la margen izquierda, quedándose Sayago, una vez más a verlas venir.
Me imagino que mis paisanos quieren saber el
porqué y quien esto escribe les debe la explicación, porque la tiene
comprometida desde el título del artículo. Pues bien, como a buen seguro ya
habrán imaginados mis perspicaces lectores, el politiqueo, una vez más, acabó
aniquilando el proyecto.
El 29 de marzo de 1925 se había celebrado en
el palacio de la Diputación de Zamora, una “asamblea de las fuerzas vivas convocadas
por el señor presidente don Joaquín Ramos sobre el tema ferroviario.
Presidieron el Ilmo. Sr. Obispo, los señores Gobernadores civil y militar, el Presidente
de la Diputación que actuó de ponente, y los señores Alcaldes de Zamora, Toro y
Villalpando.” (Heraldo de Zamora, 30 de marzo de 1925, p. 1)

Sobre el asunto que nos ocupa, el señor Ramos
manifestó “no tener duda de que habrá pugna de intereses en las regiones
distintas, por lo cual es preciso que todos nosotros aunamos los esfuerzos con
el fin de contrarrestar la actuación de otras provincias.” Y, según El
Correo de Zamora del día siguiente: “Uno de los puntos en que más insistió
la asamblea, fue en la necesidad de trabajar por conseguir el ferrocarril de
Zamora a Fermoselle, que tantos beneficios ha de reportar a nuestra provincia,
sin perjuicio de que se haga también el de Salamanca a Fermoselle incluido en
el anteproyecto.”
A sabiendas de que el trazado de Salamanca
estaba incluido en el anteproyecto y el de Zamora no, el peligro de acabar no
consiguiendo ninguno era previsible y así sucedió. La Diputación salmantina, el
Consejo de Fomento, la Cámara de Comercio y otras entidades contraatacaron de
inmediato y con rotundidad. Y, en resumen, tras larga pelea, al continuar la
discrepancia de Zamora, el proyecto fue archivado a perpetuidad en el armario
de las causas perdidas para siempre.
Una vez más, Sayago perdía el tren del
desarrollo y del progreso gracias a la nefasta gestión de los servidores
públicos de la época. Algo nada raro, pues, como dice el refrán: “Este mal que
no mejora, no es de ahora.”