martes, 25 de noviembre de 2008

Antonio Machado

Vamos a celebrar el próximo año el cuadragésimo aniversario de la muerte de Antonio Machado (Colliure, 22.02.1939). Cuando terminé de escribir el artículo anterior ("Mejor con una que con dos") recordé que en la clase de Juan de Mairena se había producido un episodio que venía al caso. Lo busqué, luego, y lo transcribo hoy. Aquí está:

«Mairena en su clase de Retórica y Poética.
Mairena: —Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba: “Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”.
El alumno escribe lo que se le dicta.
—Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético.
El alumno, después de meditar, escribe: “Lo que pasa en la calle”.»

No me digan que no tiene enjundia. Yo me rio solo, cada vez que lo recuerdo. También con otras versiones de ingeniosos imitadores. Hace unos días mi paisano Amando de Miguel recogia en su columna Lengua viva en Libertad Digital la siguiente
:

«Raúl González me envía una versión retórica, y por tanto humorística, de un dicho coloquial, el de "cuando el diablo no tiene nada que hacer, mata moscas con el rabo". La equivalencia retórica y chistosa es: "cuando el espíritu de Belcebú deambula por los ámbitos del tedio, con el apéndice dorsal extermina dípteros". Aunque parezca mentira, algunas declaraciones de personajes públicos son tan retóricas como la muestra que inventa Raúl.»

Sobre el gran poeta A. Machado puedo referirles una anécdota. Me la contó mi profesor de Historia del Arte en la facultad de F y Letras de Salamanca, don Rafael Laínez Alcalá. Alumno suyo, que lo fue en el instituto de Baeza. Estábamos en su despacho de Anaya, frente a la Catedral Nueva, una tarde de calor, a finales de mayo. Fumaba él su habitual veguero de las sobremesas y sobre su chaleco de paño negro había caído un resto de ceniza. Por eso recordó a don Antonio, pues me aseguró que el poeta también tenía por costumbre vestir de negro.

«En cierta ocasión —me confesó don Rafael— los alumnos de bachillerato superior del instituto preparábamos un recital poético, a iniciativa del profesor de literatura, en el que íbamos a recitar poemas de algunos autores contemporáneos. Le comenté a don Antonio que yo había sugerido que como fondo a un poema suyo hubiera un acompañamiento de guitarra. ¡Qué dije! El poeta se revolvió en su sillón. De su cigarro cayó bruscamente la ceniza sobre su terno negro. Se irguió y, volviéndose hacia mí, me lanzó una mirada que yo sentí como saeta envenenada. De seguido, sentenció, impostando su vozarrón grave y desabrido: "Laínez, ¡ni se les ocurra a ustedes!. ¿Acompañar mis versos con guitarra? Eso sería tan espantoso como interpretar a Bach con trombón".»
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