lunes, 29 de junio de 2020

FIESTA DE LA RAZA Y DEL SOLDADO (1927)



El día 12 de octubre de 1927, en Almeida, a la tradicional conmemoración patriótica  denominada “Fiesta de la Raza” (celebración de la conquista de América) se agregó la “Fiesta del Soldado”. Esta última, de nueva creación y expresamente instituida para homenajear a los mozos del pueblo que habían participado como soldados en la Guerra de Marruecos, de regreso tras la rendición definitiva de las hordas rifeñas de Adel-el-Krim en julio de 1927.
Motivos sobrados había para homenajear a estos héroes y dar gracias a Dios porque volvieran vivos, pues fueron muchos los que murieron por la ineptitud de unos mandos y la falta de instrucción de la tropa, en una guerra de guerrillas y emboscadas que duró dieciséis años, de la que los hijos de las familias pudientes se libraban pagando una cuota. Así pues, los que eran reclutados forzosos era a los hijos de los campesinos pobres, a los que no quedaba más salida que huir como prófugos o consentir y afrontar el peligroso destino a África.
De allí, victoriosos y boyantes había regresado un grupito de mozos almeidenses, entre ellos mi tío carnal Damián Martín Fuentes (en la fotografía), hermano de mi padre. Nunca llegué a conocerle, pues cuando yo nací él ya había emigrado a Argentina, donde vivió hasta su fallecimiento.
Una vez, gracias al vespertino Heraldo de Zamora, tenemos la reseña de estas celebraciones que, si bien se extienden en detalles profusamente, creo sinceramente que merecen quedar aquí recogidas para que permanezcan como historia. Haciendo así patente el orgullo y el amor patriótico que atesoraban nuestros mayores.
He aquí pues, Heraldo de Zamora, edición del 18 de octubre de 1927:

Ejemplo que imitar
La Fiesta de la Raza y del Soldado
Un acto sencillo y simpático

Hay momentos en que se celebran actos sencillos, en la vida oculta de los pueblos humildes, que ponen de manifiesto su verdadero sentir más, inconmensurablemente más que otros aparentemente celebrados y que carecen de levadura ciudadana.
A aquellos pertenece el que se menciona en esta reseña como verá quien lo leyere.
En Almeida de Sayago, previa una sencillísima invitación al pueblo en general hecha por el señor alcalde don Vicente Crespo, desde el tablón de anuncios y otra personal no menos sencilla, a funcionarios públicos y fuerzas vivas de la villa, se celebró la Fiesta de la Raza y del Soldado, de conformidad con lo deseado por nuestras autoridades superiores.
La víspera empezó a notarse una patriótica efervescencia en el ánimo de muchos; algo así como impaciencia por la tardanza del día y del momento propicio para cada uno ofrendar su óbolo a meritísimos paisanos, amigos o parientes que supieron desinteresadamente dar en los campos africanos cuanto la Patria les demandó.
Las nueve de la mañana del día 12, era la hora señalada para el comienzo del acto, a las ocho y media por un “corto” repicar de campanas de la parroquia se dio el aviso al vecindario, convenida señal también por los maestros de ambos sexos para la reunión de los niños en sus respectivas escuelas.
Aun los más perezosos acudieron con la mayor puntualidad, reflejando en sus semblantes infantiles -a muchos nos pareció verlo así- como anticipamos, la solemnidad y trascendencia de lo que íbamos a presenciar. Los niños -cada uno con su banderita de los colores nacionales en la solapa- guiados por sus maestros, siguiendo y escoltando la bandera nacional de la Escuela, llegaron al Ayuntamiento. Las niñas, todas de blanco y tocadas con lacitos también de los colores nacionales, llegaron a las nueve al lugar antes indicado.
Desde aquí, en el mayor orden con la corrección más escrupulosa y con la más reverente gravedad ante unas mil setecientas personas, emprendieron niños, niñas, Guardia civil, autoridades, licenciados de África y somatenes de la localidad, la marcha hacia la casa rectoral para acompañar hasta la iglesia al virtuoso párroco don Bernabé Casanueva que oficiaría en los actos religiosos.
En el templo santo penetró el pueblo tras los grupos descritos, ocupando los niños el lado de la Epístola; las niñas, el del Evangelio y soldados, autoridades, etcétera, el centro y el pueblo el resto. Todos nos dimos cuenta de que estábamos en la Casa de Dios para oír la misa solemne en acción de gracias por el feliz término de la campaña de Marruecos. Durante el Santo Sacrificio todo fue solemne. Creo que ha sido, de las muchas misas solemnes que he oído, una de las más solemnes.
Terminada la misa, dirigió el venerable párroco la palabra a los asistentes, sus feligreses, en frases rebosantes de unción sacerdotal; henchidos de sano patriotismo; en frases de eficacia alentadora para continuar por el camino que conduce a los pueblos a la prosperidad; en frases que arrancaron miles de lágrimas a las personas de toda edad y sexo, recordando escenas familiares que… mi pluma no puede, ni sabe describir.
Acto seguido, se cantó un “Te Deum” y una Salve, solemnes y a continuación dos responsos: uno por los fallecidos de la localidad en campaña y el otro por todos los muertos en general.
Terminados estos actos, a que dio guardia de honor la Benemérita
 de la localidad, salimos del templo, primero el pueblo, deseoso de presenciar más tiempo el hermoso y simpático cuadro de aquella comitiva: representación genuina de un pueblo, agradecido, noble, que sabe sentir y estimar, para dirigirnos de nuevo al Ayuntamiento.
            Aquí todos estacionados y como si lo hecho nos pareciere mezquindad, continuamos rodeando, guardando, contemplando, honrando, considerando a la Patria en aquellos 48 ó 50 héroes.
            Sentíamos un vacío y realmente existió por breves momentos pero lo llenó hasta educadamente, un licenciado -como él se dice orgulloso-: el entusiasta, el laborioso, el culto forjador de corazones de patriotas, de hombres completos; el moderado y humilde director de la escuela graduada don Ángel Encinas Hernández, con una corta, sencilla y brillante oración que dirigió a los niños, madres, veteranos de la milicia, autoridades y pueblo en general, aquilatando el significado de las fiestas que se celebran el verdadero concepto de patria, haciéndonosla sentir hondamente y jurar defenderla hasta derramar la última gota de sangre.
            En brillantes párrafos hízonos el maestro señor Encinas conocer el “resurgimiento actual de mi querida, de nuestra, mejor diré, queridísima España” a la que el mundo debe el descubrimiento de otro nuevo mundo: América. Nos excitó, por si lo necesitábamos, a la gratitud del excelentísimo marqués de Estella “a quienes las madres debéis el no tener que llorar cuando vuestros hijos vayan al servicio militar en la Península ni en África”; a estimar en cuánto vale y merece nuestro augusto soberano, y terminó rogando a las autoridades que manden telegramas de adhesión a Primo de Rivera y dando vivas a España, al Rey y al Ejército, que fueron entusiastamente contestados.
Acto seguido se obsequió a los niños con bombones que regaló el señor alcalde; marchando después los niños a las escuelas a dejar las banderas y apareciendo nuevamente en la plaza dando entusiastas y espontáneos vivas. Fue esta espontaneidad infantil el mejor comentario de que la fiesta pudo hacerse. Luego, todos se retiraron a sus domicilios.
A las trece, en el merecidamente acreditado establecimiento de don Ángel Piñuel, (antes de Tafuro) reunidos fraternalmente los licenciados y autoridades de todos los órdenes, se celebró un espléndido banquete preparado por doña Manuela, esposa del seños Piñuel y costeado por el Ayuntamiento en obsequio de los licenciados, a quienes se lo ofreció el culto, modesto y simpático secretario del Ayuntamiento, señor Puente, en términos cariñosos, sintiendo en el alma la ausencia de algunos paisanos y amigos que perecieron en los africanos campos.
            En nombre del pueblo, de las autoridades locales y superiores y de España entera les dio las gracias por el heroico comportamiento que tuvieron defendiendo allí reunidos y terminantemente nos convence de que “con soldados como éstos puede cualquier General emprender, confiado la conquista que quisiere”.
            El respetable párroco, señor Casanueva, se congratula de la armonía entre las autoridades todas.
Finalmente, agradece al Ayuntamiento el homenaje en nombre de los licenciados, el señor Encinas, quien lo dedica al Ejército, concediendo, de la manera más delicada, la buena parte que correspondió en la victoria que se celebra a los jefes y oficiales que supieron llevar al triunfo a estos soldados. Y transmite el homenaje a jefes y oficiales, por conducto de nuestro paisano don Juan José Castro Sogo, capitán veterinario, en situación de disponible que accidentalmente se halla en esta, pasando seguidamente todos a darle la mano.
Y termina el acto, dentro de la mayor cordialidad con vivas frenéticos a España, al Rey, al Ejército, a los licenciados, a Almeida y al señor alcalde.
Acto como el realizado por los almeidenses para celebrar la Fiesta del Soldado, no ha tenido lugar, seguramente, en este pueblo desde que existe; no lo ha superado ninguno de la provincia ni aun de España, no por su fastuosidad, de todos el más sencillo, sino por la compenetración de todos con lo que se celebra.
Fue simpático, conmovedor, propio de un pueblo que sabe sentir las grandezas patrias.
Ayer fue para los almeidenses fiesta nacional en cuerpo y alma, pues ni dedicó una hora a sus propias ocupaciones.
Jamás se borrará de nuestra memoria recuerdo tan grato y sugestivo.
NIHIL
Almeida de Sayago, 13 de octubre de 1927


1 comentario:

Unknown dijo...

Aquello debio de ser terrible.

Yo creo que lo peor del Desastre de Annual fue que no aprendimos la leccion. No aprendimos la leccion y cuando alguien no aprende la leccion tiene que repetirla y un siglo despues de aquella tragedia me temo que la vamos a repetir.

Es como el asunto catalan. No aprendimos la leccion en Cuba y como no aprendimos la leccion ahora la estamos repitiendo en el noreste de la peninsula.