Me voy a referir a la escuela rural. Más concretamente a la que yo asistí, como alumno, desde que era un pipiolo hasta que comencé el bachillerato, en mi pueblo, Almeida de Sayago. El equipamiento era paupérrimo. Las instalaciones inhóspitas. ¿Qué quieren que les diga de la España rural del los años 40-50? Ah!, pero estaban los maestros... !Los heroicos maestros de pueblo! Ellos eran capaces de convertir aquellas míseras escuelas en Eldorado del saber con su amorosa pedagogía. Su tarea de docentes no terminaba en el aula, donde se desgañitaban y se dejaban la piel para enseñar. Eran maestros las veinticuatro horas del día: en la calle, en la iglesia, en el café... Para chicos y grandes, para todos. Lo suyo era una misión, no un oficio. Su entrega no era fruto del interés, sino de una vocación altruista de lucha contra la ignorancia y el analfabetismo.
Yo sé que la perspectiva de los años tiende a idealizar las vivencias de antaño. Tengo que admitir que la escuela que yo evoco ahora no es aquella escuela real en la que aprendí. Pero, puedo asegurar que en la entrega y misión de los maestros, no exagero ni un ápice. ¡Benditos! ¿Acaso he de recordar el dicho : "Pasar más hambre que un maestro de escuela"?
Mi maestro don Juan Antonio Casanueva era uno de estos egregios enseñantes. Y en él quiero personificar mi modesto homenaje a todos ellos. Maestros y maestras de las escuelas rurales de una España sumida en la precariedad y el desasosiego de la posguerra. Ellos abrieron para muchos de nosotros un camino de progreso hacia metas que sin su trabajo hubieran sido inalcanzables y aun insospechadas. Nuevas perspectivas, visiones y sensibilidades afloraron en nuestras vidas gracias a su instrucción y a la cultura. Hago constar mi adhesión y gratitud perpetuas para todos ellos. Ya sé que han fallecido casi todos, pero ahí están sus hijos y sus nietos. Vale.
Yo sé que la perspectiva de los años tiende a idealizar las vivencias de antaño. Tengo que admitir que la escuela que yo evoco ahora no es aquella escuela real en la que aprendí. Pero, puedo asegurar que en la entrega y misión de los maestros, no exagero ni un ápice. ¡Benditos! ¿Acaso he de recordar el dicho : "Pasar más hambre que un maestro de escuela"?
Mi maestro don Juan Antonio Casanueva era uno de estos egregios enseñantes. Y en él quiero personificar mi modesto homenaje a todos ellos. Maestros y maestras de las escuelas rurales de una España sumida en la precariedad y el desasosiego de la posguerra. Ellos abrieron para muchos de nosotros un camino de progreso hacia metas que sin su trabajo hubieran sido inalcanzables y aun insospechadas. Nuevas perspectivas, visiones y sensibilidades afloraron en nuestras vidas gracias a su instrucción y a la cultura. Hago constar mi adhesión y gratitud perpetuas para todos ellos. Ya sé que han fallecido casi todos, pero ahí están sus hijos y sus nietos. Vale.
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