Nada más patético que la desgracia acaecida a aquellos habitantes de Macondo, la fantasmal aldea que Gabriel García Márquez se inventó para ubicar sus “Cien años de soledad”. En su mayor decadencia, fueron atacados por el virus degenerativo y fatídico del olvido. Así sucedió y talmente culminó su desventura : “...empezaban a borrarse de su memoria los recuerdos de la infancia, luego el nombre y la noción de las cosas, y por último la identidad de las personas y aun la conciencia del propio ser, hasta hundirse en una especie de idiotez sin pasado”.
Los grandes escritores parecen tener el don de profecía. Adivinan lo que va a pasar muchos años después. Ayer mismo, en Televisión Española, no uno, sino dos presentadores, se preguntaban por le significado de “una palabra rarísima” que no habían oído (ni leído, hay que deducir) nunca jamás. La palabra era “andrajos”. La bonanza económica en que han crecido las nuevas generaciones ha desterrado, gracias a Dios y a los que hemos arrimado el hombro durante nuestra vida laboral para que nuestro país alcanzara un alto nivel de desarrollo, determinados elementos que pertenecían a tiempos de escasez. Pero las palabras son un tesoro que escritores, comunicadores, periodistas, presentadores, reporteros, etc., además de la materia prima de nuestro trabajo. Tenemos el deber de preservarlas, de no dejarlas morir en el olvido. Incluso aquellas que designan acciones, útiles o cacharros que han caído en desuso o están periclitados. En esto deberíamos coincidir y ser conscientes de nuestra responsabilidad social. En este sentido, la TVE debería ser más exigente a la hora de dar pantalla a quienes se dirigen a millones de telespectadores, asegurándose, al menos, que además de ser licenciados por las facultades de Periodismo, poseen un amplio vocabulario.
Los grandes escritores parecen tener el don de profecía. Adivinan lo que va a pasar muchos años después. Ayer mismo, en Televisión Española, no uno, sino dos presentadores, se preguntaban por le significado de “una palabra rarísima” que no habían oído (ni leído, hay que deducir) nunca jamás. La palabra era “andrajos”. La bonanza económica en que han crecido las nuevas generaciones ha desterrado, gracias a Dios y a los que hemos arrimado el hombro durante nuestra vida laboral para que nuestro país alcanzara un alto nivel de desarrollo, determinados elementos que pertenecían a tiempos de escasez. Pero las palabras son un tesoro que escritores, comunicadores, periodistas, presentadores, reporteros, etc., además de la materia prima de nuestro trabajo. Tenemos el deber de preservarlas, de no dejarlas morir en el olvido. Incluso aquellas que designan acciones, útiles o cacharros que han caído en desuso o están periclitados. En esto deberíamos coincidir y ser conscientes de nuestra responsabilidad social. En este sentido, la TVE debería ser más exigente a la hora de dar pantalla a quienes se dirigen a millones de telespectadores, asegurándose, al menos, que además de ser licenciados por las facultades de Periodismo, poseen un amplio vocabulario.
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