Se
nos mueren. Les abate la corrosión inexorable del tiempo y de su
desgaste por haber hecho mucho de lo poco, a base esfuerzos y renuncias.
¿Qué digo? Más que mucho de lo poco, ¡todo de la nada! Porque con sólo
cuatro achiperres y su celo paterno, en unos lustros, nos catapultaron a
un nivel de cultura, recursos sociales, infraestructuras, empleo y ocio
equiparables a los del resto de países desarrollados de Occidente. Y
eso que veníamos de las alpargatas, el tocino y los sabañones. O sea, de
la miseria y desolación que la locura bestial de una guerra expande por
el territorio en que se libra.
Pero ellos confiaban ciegamente en el poder arrollador de la voluntad humana cuando se entrega sin desmayo a la conquista de un noble ideal, hombro con hombro, dando lo mejor de sí mismos y sirviendo honestamente (en vez de servirse) a una causa que sólo ambicionaba el bien de todos, empezando por la familia propia y la nación.
Pena es que, poco a poco, estos modelos y referentes que sin presunción ninguna y sin alharacas han mostrado a nuestra generación (la última de la España de la escasez antes del coronavirus) el camino para estar en el mundo con dignidad. Y ahora, en silencio, con la misma discreción con que vivieron y trabajaron en vida, salen ahora de las residencias de mayores o de los hospitales para su definitivo y eterno descanso. Irreparable pérdida.
No lloremos por ellos. Rindámosles el homenaje que tienen tan merecido. Pero ahorrémonos las lágrimas, que habremos de derramar con largueza en los tiempos de precariedad y sufrimiento que, tal como van las cosas, se avecinan irremediablemente..
¿Cómo iba a poder ser de otra manera? Ya hace años que la sociedad del bienestar venía ridiculizando a estos maridos fieles, hombres de palabra, trabajadores sacrificados, padres responsables, patriotas fervientes y consecuentes con el sentido trascendente de su existencia. A cambio ¿qué? ¿No ven la tele? Tarambanas, perdularios, fantoches, irresponsables, birrias, trapaceros, estafadores, traidores, puteros, vividores, vagos, badulaques, follones… No hay otra cosa.
Con tales modelos nuestra sociedad, sumergida en una crisis de valores mucho más preocupante que la que nos azo, si no reacciona con premura va a padecer consecuencias de terrible alcance. Esto no ha hecho más que empezar.
Claro que hay otra manera de ver las cosas: acaso estas convulsiones sean los primeros síntomas del alumbramiento de una ruptura con la sinrazón para volver al buen sentido. ¡Ojala!
Pero ellos confiaban ciegamente en el poder arrollador de la voluntad humana cuando se entrega sin desmayo a la conquista de un noble ideal, hombro con hombro, dando lo mejor de sí mismos y sirviendo honestamente (en vez de servirse) a una causa que sólo ambicionaba el bien de todos, empezando por la familia propia y la nación.
Pena es que, poco a poco, estos modelos y referentes que sin presunción ninguna y sin alharacas han mostrado a nuestra generación (la última de la España de la escasez antes del coronavirus) el camino para estar en el mundo con dignidad. Y ahora, en silencio, con la misma discreción con que vivieron y trabajaron en vida, salen ahora de las residencias de mayores o de los hospitales para su definitivo y eterno descanso. Irreparable pérdida.
No lloremos por ellos. Rindámosles el homenaje que tienen tan merecido. Pero ahorrémonos las lágrimas, que habremos de derramar con largueza en los tiempos de precariedad y sufrimiento que, tal como van las cosas, se avecinan irremediablemente..
¿Cómo iba a poder ser de otra manera? Ya hace años que la sociedad del bienestar venía ridiculizando a estos maridos fieles, hombres de palabra, trabajadores sacrificados, padres responsables, patriotas fervientes y consecuentes con el sentido trascendente de su existencia. A cambio ¿qué? ¿No ven la tele? Tarambanas, perdularios, fantoches, irresponsables, birrias, trapaceros, estafadores, traidores, puteros, vividores, vagos, badulaques, follones… No hay otra cosa.
Con tales modelos nuestra sociedad, sumergida en una crisis de valores mucho más preocupante que la que nos azo, si no reacciona con premura va a padecer consecuencias de terrible alcance. Esto no ha hecho más que empezar.
Claro que hay otra manera de ver las cosas: acaso estas convulsiones sean los primeros síntomas del alumbramiento de una ruptura con la sinrazón para volver al buen sentido. ¡Ojala!
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