En Almeida la afición
a los toros viene de lejos, ya lo hemos dicho. Pero, ¿desde cuándo? y ¿por
qué?.
Dos preguntas cuyas
respuestas les gustaría conocer a los que sienten curiosidad por los hechos
históricos. Pero, hoy por hoy, solo a la primera podemos responder
rotundamente. Pero para responder a la segunda, no he hallado la forma de ir
más allá de algunos indicios.
Antes
de la creación en España de los registros civiles en 1870, ya existían desde
1562 los archivos parroquiales, fecha en que fueron establecidos en el Concilio
de Trento (1545-1563). Pues bien, Ramón Carnero Felipe, en el archivo de la
parroquia de San Juan Bautista de Almeida, descubrió algunos datos de interés.
Anotaciones de los libros parroquiales revelaron que hasta finales del S. XVII
principios del XVIII el “correr los toros” estaba vinculado a las cofradías
religiosas, pues las ofrendas de algunos ganaderos eran en especies. Por lo
cual, en repetidas ocasiones, los festejos taurinos corrieron a cargo de la
cofradía de San Roque. La primera referencia que sobre este particular que aparece
en dichas fuentes data de 1725. Hace la friolera de doscientos cinco años. Y en
una anotación de 1737 se detalla la aportación “dos toros que corrieron en este
lugar y que se dieron de limosna para el Santo….700 reales”.[1]
Por tanto, la respuesta a la primera
pregunta formulada arriba (cuándo), nos sitúa en la primera mitad del siglo
XVIII.
Pasemos
ahora a la siguiente pregunta (por qué). En
este caso, no podremos ser tan rotundos, puesto que no contamos con testimonios
ni noticias avaladas por fuentes escritas y tenemos que movernos en el terreno
de los indicios indicativos o supuestos derivados de la interpretación de
ciertas actitudes costumbristas. Lamento que la sociología no sea una ciencia
exacta.
Juan
A. Panero, analizando determinados factores geopolíticos, atribuye la afición
taurina de los almeidenses a la vecindad de varias dehesas (Torremut, Villoria,
Estacas, Carozos, Paredes, Pelilla) en las que cada año se efectuaba el marcaje
de los becerros y se celebraba una tienta para conocer su bravura. A tal evento
se permitía acudir a los mozos y muchachos del pueblo, pues muchos de ellos ya
habían establecido contacto con tales reses, sirviendo algún verano como
trilliques en dichas haciendas. Era una manera de conseguir un jornal, o al
menos ser mantenidos, los niños de las familias humildes en tiempos de
precariedad.
Por
otra parte, desde antiguo, jugar a los toros era una de las distracciones más
habituales de la muchachada en los recreos escolares o en alguna de las plazuelas
del barrio, que se mantuvo al menos hasta mediados de la década de los 60 del
pasado siglo. Una afición heredada desde tiempo inmemorial de generación en
generación. [2]
Y
no debo extenderme más, pues he de atenerme a completar la historia de nuestra
plaza de toros con un interesante hallazgo, que, si bien no he podido confirmar
adecuadamente, sí es un dato sorprendente que no quiero dejar de compartir con
mis paisanos.
Al
director del diario de la tarde Heraldo
de Zamora, Enrique Calamita Matilla, le encantaba Almeida y buena muestra
de ello son las numerosas noticias que su periódico publicó sobre nuestro pueblo.
Una de ellas, del 29 de septiembre de 1924, es la que reproduzco, pues contiene
una información de notable interés.
¡Gran
sorpresa! Según este periódico, parece que, en tiempos a los que en 1924 se
califica de “hace muchos años”, existió en nuestro pueblo una plaza de toros,
antecesora de la actual. ¡Genial! A primera vista, una importante aportación
para la historia, a priori.
Pero,
¿es suficiente este testimonio para poder dar por cierta esta noticia? El rigor
nos exige otras fuentes que lo ratifiquen. A primera vista, parece que el
periodista sabe de qué habla, puesto que nos ofrece la terna de novilleros que
actuaron el día de su inauguración. Y puntualiza que “quedó en ruinas en
aquella época”, es decir, no se sabe cuándo.
Vamos
primero a preguntar a los más ancianos del pueblo, a los pocos nonagenarios y octogenarios
de Almeida. ¿Qué saben ellos? Nada, en absoluto. Ni siquiera a sus padres y
abuelos oyeron hablar de esa antigua plaza de toros. En los dos libros de actas
municipales, que milagrosamente han sobrevivido a lamentables actuaciones de
algún alcalde pirómano de infeliz memoria, tampoco hay constancia ni alusión
alguna de la misma.
Quedaba
un hilo del que tirar, para al menos saber a qué época se refiere el redactor
de la noticia: averiguar algo sobre los componentes del cartel inaugural. A
ello me entrego. El primer resultado es que el nombre del primer diestro está
equivocado. No es Fernando Guerra “Latas”, sino Fernando Martín Guerrero “El Latas”. Esta información me la
proporcionó mi buen amigo el periodista José Delfín Val, hijo del que fuera comentarista
taurino de El Adelanto, que firmaba
“El Clarinero”. A partir de ella pude componer algunos datos biográficos de
este novillero salmantino. Un “figura”, ciertamente, que, en los años veinte, simultaneó
las novilladas en numerosas fiestas de los pueblos importantes de Salamanca y
Zamora, con destacados éxitos, con su trabajo en los inviernos en el Casino
salmantino. En esta institución era el encargado de avivar los braseros.
Reponía, con una lata, las brasas de cisco, cuando ya se apaga el rescoldo de
los braseros de las mesas de la sala de juegos. Pues bien, pude averiguar que
“El Latas” comenzó su etapa de novillero, a partir del verano de 1907, fecha en
que se tiró como espontáneo en una novillada que se celebró en la plaza de
toros de Salamanca.[3] Lo que
nos aporta el dato de que la inauguración de la plaza a que venimos
refiriéndonos no pudo ser anterior a esta fecha y, en consecuencia, no fue hace
tantos años para que no quede memoria alguna. Pues tampoco se conocen en Almeida restos arquitectónicos de la misma.
¿Estamos ante un error? Ya hemos anotado uno del redactor de
la noticia, pero hay más. En los primeros renglones escribe “según pucheta”,
una palabra que no existe en castellano y que me llevó un largo tiempo en
descubrir que se trataba de un nombre propio y hubiera debido estar escrito con
mayúscula.
[4] Se trata del alias de Antonio Jimeno Gil “Pancheta”, un mozo de espadas
valenciano al servicio de quien lo contratara, que derrochaba simpatía y
facundia. Honrado a carta cabal, se encontró un cheque al portador por valor de
15.000 pts. del año 1929 y en seguida se apresuró a entregarlo a las
autoridades. Este gesto y el hecho que diera su sangre al novillero sevillano
Juanito Jiménez, tras la cogida mortal que sufrió en Valencia el 3 agosto 1924,
salió en muchos periódicos de la época.[5]
Terminaré
confirmando que es real y correcto el nombre de Eugenio Noel, seudónimo de Eugenio Muñoz Díaz. Un escritor de novela y ensayo, acérrimo detractor
del casticismo español. Destacó por escribir y recorrer España arremetiendo
contra la tauromaquia y contra el flamenco. Nació en Madrid, el 6 de septiembre
de 1885 y murió en Barcelona, el 23 de abril de 1936.
¡Uf! Hasta aquí hemos llegado. Agotado el tema (y el autor),
no queda más que agradecer al lector su santa paciencia. Me excuso: es que no me gusta
dejar cabos sueltos.
[1] La Parroquia de San Juan
Bautista de Almeida de Sayago. Asociación Cultural San Roque de Almeida.
Zamora 1987.
[2] Juan A.
Panero, Almeida de Sayago. Pasado y presente de sus tierras y sus gentes.
Náyade editorial. 2014.
[3]
El Adelanto. Salamanca , 15 de julio
de 1907, pág. 2.
[4]
Dice “pancheta” (con minúscula) y debería decir “Pancheta” (con minúscula).
[5]
El Día. Alicante, 17 de agosto de
1934. La Voz: diario gráfico de
información. Córdoba, 18 de agosto
de 1934, pág. 12.
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