Hay ciertos días en que pienso en tanta gente
y siento que mi pecho se pone a llorar…
Mercedes Sosa
“Es
gente humilde” -se decía en Sayago, refiriéndose a los labradores de escasa
labor o a la gentica que carecía de hacienda o de posibles. No eran pobres
harapientos o menesterosos, pero tampoco de los que contaban socialmente.
Mi
familia, por ejemplo, era gente humilde. Mis abuelos paternos, José Martín
Pérez y Cándida Fuentes Mayor, cuando se casaron no tenían ni donde caerse muertos.
Emigraron a la República Argentina y cuando tuvieron para comprar la casa y una
cortina, se embarcaron en Buenos Aires y regresaron a Almeida. Al poco tiempo,
decidieron volver a cruzar el Atlántico, ya con hijos, para poder tratar de
conseguir algún dinero más. Esta vez rumbo a Cuba. A la vuelta pudieron
adquirir dos tierricas más, una en Val de San Pedro y la otra en Peña Aguda.
Después, cuando murió mi abuelo, mi padre se hizo cargo del taller y de amparar
a mi abuela y a mi tía María, su hermana pequeña, soltera hasta la muerte. Mi
madre era de Villamor de Cadozos y, aunque su familia estaba en otro nivel,
aceptó por amor la humildad de vida y el engorro de una suegra y una cuñada a
perpetuidad, casándose con el zapatero Julio Martín. Santa ella, bondadosa,
sensible e inteligente. Mi padre, honrado hasta perjudicarse, currante y
responsable.
Es
un ejemplo. Pero historias semejantes en los pueblos de Sayago las hay en cada
casa. Si las piedras hablaran… ¡Hablan, hablan! Esas paredes, esos potros de herrar,
esas pilas y comederos, esos puentes y pontones, esas fraguas… ¿No veis en
ellas el musgo de la honradez y los líquenes de la brega? Sayago monumental. Aprendamos
a escuchar las voces ancestrales que nos guían y dan sentido a nuestra estirpe
sayaguesa.
Con
la perspectiva de los años, sé que crecer y educarme, mamar los valores y
virtudes en los que estas gentes humildes creían y practicaban, ha sido la
mayor y mejor suerte de mi vida. Ellos me hicieron como soy (también mis
maestros y el ejemplo de muchos convecinos, justo es decirlo) y forjaron los
cimientos sobre los que asentar y poner por obra los pilares que sustentan la
razón de mi existencia. Entre los principales, la humildad y el amor a los
humildes.
En
un magnífico artículo de Carmen Ferreras, columnista de La Opinión de Zamora, que
trataba también de este tipo de gente, pude leer hace algún tiempo: “La buena gente, la gente honrada, la
que se gana el pan con el sudor de su frente, la que arrima el hombro, la gente
solidaria, la gente anónima, los luchadores, los que no viven sometidos a los
poderes públicos, los valientes, los que no se callan, los que están en la base
de la pirámide, como servidora, los que nunca fallan, los que no se desesperan
ante las situaciones que nos sorprenden cada día, los perseguidos, que haberlos
haylos, los currantes?
“¿Gente
humilde? ¿Gente decente? ¿Se ha caído usted de un guindo?” -me comenta alguien.
“¿No está viendo en la tele que no hay más que truhanes que se enorgullecen de
serlo, rameras que hacen ostentación pública de su desvergüenza a toda hora y mangantes,
ladrones y asesinos que sonríen a la cámara desafiantes? ¿Vive usted aquí o en
la luna? Estos son los modelos que ofrecen a la sociedad actual los medios de
comunicación. ¡Anda, que van de
triunfadores usted y esa periodista de Zamora! ¡Que tiemble el mundo!”
Cierto,
poco es lo que podemos conseguir frente al sunami de la frivolidad imperante que
nos arrastra en dirección contraria. Pero, ¿hemos de permanecer callados por
eso? No me resigno. Tengo que denunciarlo. Es más, les digo a todos que
consideren si no es la hora de preguntarse adónde lleva a nuestra sociedad el
rumbo emprendido, y atreverse a sacar conclusiones. Pero hagámoslo ya; en el
minuto dos ya será tarde.
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