El día 12 de octubre de
1927, en Almeida, a la tradicional conmemoración patriótica denominada “Fiesta de la Raza” (celebración
de la conquista de América) se agregó la “Fiesta del Soldado”. Esta última, de
nueva creación y expresamente instituida para homenajear a los mozos del pueblo
que habían participado como soldados en la Guerra de Marruecos, de regreso tras
la rendición definitiva de las hordas rifeñas de Adel-el-Krim en julio de 1927.
Motivos sobrados había para
homenajear a estos héroes y dar gracias a Dios porque volvieran vivos, pues
fueron muchos los que murieron por la ineptitud de unos mandos y la falta de
instrucción de la tropa, en una guerra de guerrillas y emboscadas que duró
dieciséis años, de la que los hijos de las familias pudientes se libraban
pagando una cuota. Así pues, los que eran reclutados forzosos era a los hijos
de los campesinos pobres, a los que no quedaba más salida que huir como
prófugos o consentir y afrontar el peligroso destino a África.
De allí, victoriosos y
boyantes había regresado un grupito de mozos almeidenses, entre ellos mi tío
carnal Damián Martín Fuentes (en la fotografía), hermano de mi padre. Nunca
llegué a conocerle, pues cuando yo nací él ya había emigrado a Argentina, donde
vivió hasta su fallecimiento.
Una vez, gracias al
vespertino Heraldo de Zamora, tenemos
la reseña de estas celebraciones que, si bien se extienden en detalles
profusamente, creo sinceramente que merecen quedar aquí recogidas para que
permanezcan como historia. Haciendo así patente el orgullo y el amor patriótico
que atesoraban nuestros mayores.
He
aquí pues, Heraldo de Zamora, edición del 18 de octubre de 1927:
Ejemplo que imitar
La Fiesta de la Raza
y del Soldado
Un acto sencillo y
simpático
Hay
momentos en que se celebran actos sencillos, en la vida oculta de los pueblos
humildes, que ponen de manifiesto su verdadero sentir más, inconmensurablemente
más que otros aparentemente celebrados y que carecen de levadura ciudadana.
A
aquellos pertenece el que se menciona en esta reseña como verá quien lo leyere.
En
Almeida de Sayago, previa una sencillísima invitación al pueblo en general
hecha por el señor alcalde don Vicente Crespo, desde el tablón de anuncios y
otra personal no menos sencilla, a funcionarios públicos y fuerzas vivas de la
villa, se celebró la Fiesta de la Raza y del Soldado, de conformidad con lo
deseado por nuestras autoridades superiores.
La
víspera empezó a notarse una patriótica efervescencia en el ánimo de muchos;
algo así como impaciencia por la tardanza del día y del momento propicio para
cada uno ofrendar su óbolo a meritísimos paisanos, amigos o parientes que
supieron desinteresadamente dar en los campos africanos cuanto la Patria les
demandó.
Las
nueve de la mañana del día 12, era la hora señalada para el comienzo del acto,
a las ocho y media por un “corto” repicar de campanas de la parroquia se dio el
aviso al vecindario, convenida señal también por los maestros de ambos sexos
para la reunión de los niños en sus respectivas escuelas.
Aun
los más perezosos acudieron con la mayor puntualidad, reflejando en sus
semblantes infantiles -a muchos nos pareció verlo así- como anticipamos, la
solemnidad y trascendencia de lo que íbamos a presenciar. Los niños -cada uno
con su banderita de los colores nacionales en la solapa- guiados por sus
maestros, siguiendo y escoltando la bandera nacional de la Escuela, llegaron al
Ayuntamiento. Las niñas, todas de blanco y tocadas con lacitos también de los
colores nacionales, llegaron a las nueve al lugar antes indicado.
Desde
aquí, en el mayor orden con la corrección más escrupulosa y con la más
reverente gravedad ante unas mil setecientas personas, emprendieron niños,
niñas, Guardia civil, autoridades, licenciados de África y somatenes de la
localidad, la marcha hacia la casa rectoral para acompañar hasta la iglesia al
virtuoso párroco don Bernabé Casanueva que oficiaría en los actos religiosos.
En
el templo santo penetró el pueblo tras los grupos descritos, ocupando los niños
el lado de la Epístola; las niñas, el del Evangelio y soldados, autoridades,
etcétera, el centro y el pueblo el resto. Todos nos dimos cuenta de que
estábamos en la Casa de Dios para oír la misa solemne en acción de gracias por
el feliz término de la campaña de Marruecos. Durante el Santo Sacrificio todo
fue solemne. Creo que ha sido, de las muchas misas solemnes que he oído, una de
las más solemnes.
Terminada
la misa, dirigió el venerable párroco la palabra a los asistentes, sus
feligreses, en frases rebosantes de unción sacerdotal; henchidos de sano
patriotismo; en frases de eficacia alentadora para continuar por el camino que
conduce a los pueblos a la prosperidad; en frases que arrancaron miles de
lágrimas a las personas de toda edad y sexo, recordando escenas familiares que…
mi pluma no puede, ni sabe describir.
Acto
seguido, se cantó un “Te Deum” y una Salve, solemnes y a continuación dos
responsos: uno por los fallecidos de la localidad en campaña y el otro por
todos los muertos en general.
Terminados
estos actos, a que dio guardia de honor la Benemérita
de la localidad, salimos del templo, primero
el pueblo, deseoso de presenciar más tiempo el hermoso y simpático cuadro de
aquella comitiva: representación genuina de un pueblo, agradecido, noble, que
sabe sentir y estimar, para dirigirnos de nuevo al Ayuntamiento.
Aquí todos estacionados y como si lo hecho nos pareciere
mezquindad, continuamos rodeando, guardando, contemplando, honrando,
considerando a la Patria en aquellos 48 ó 50 héroes.
Sentíamos
un vacío y realmente existió por breves momentos pero lo llenó hasta
educadamente, un licenciado -como él se dice orgulloso-: el entusiasta, el
laborioso, el culto forjador de corazones de patriotas, de hombres completos;
el moderado y humilde director de la escuela graduada don Ángel Encinas
Hernández, con una corta, sencilla y brillante oración que dirigió a los niños,
madres, veteranos de la milicia, autoridades y pueblo en general, aquilatando
el significado de las fiestas que se celebran el verdadero concepto de patria,
haciéndonosla sentir hondamente y jurar defenderla hasta derramar la última
gota de sangre.
En brillantes párrafos hízonos el maestro señor Encinas
conocer el “resurgimiento actual de mi querida, de nuestra, mejor diré,
queridísima España” a la que el mundo debe el descubrimiento de otro nuevo
mundo: América. Nos excitó, por si lo necesitábamos, a la gratitud del
excelentísimo marqués de Estella “a quienes las madres debéis el no tener que
llorar cuando vuestros hijos vayan al servicio militar en la Península ni en
África”; a estimar en cuánto vale y merece nuestro augusto soberano, y terminó
rogando a las autoridades que manden telegramas de adhesión a Primo de Rivera y
dando vivas a España, al Rey y al Ejército, que fueron entusiastamente
contestados.
Acto seguido se
obsequió a los niños con bombones que regaló el señor alcalde; marchando
después los niños a las escuelas a dejar las banderas y apareciendo nuevamente
en la plaza dando entusiastas y espontáneos vivas. Fue esta espontaneidad
infantil el mejor comentario de que la fiesta pudo hacerse. Luego, todos se
retiraron a sus domicilios.
A
las trece, en el merecidamente acreditado establecimiento de don Ángel Piñuel,
(antes de Tafuro) reunidos fraternalmente los licenciados y autoridades de
todos los órdenes, se celebró un espléndido banquete preparado por doña
Manuela, esposa del seños Piñuel y costeado por el Ayuntamiento en obsequio de
los licenciados, a quienes se lo ofreció el culto, modesto y simpático
secretario del Ayuntamiento, señor Puente, en términos cariñosos, sintiendo en
el alma la ausencia de algunos paisanos y amigos que perecieron en los
africanos campos.
En nombre del pueblo, de las autoridades locales y
superiores y de España entera les dio las gracias por el heroico comportamiento
que tuvieron defendiendo allí reunidos y terminantemente nos convence de que
“con soldados como éstos puede cualquier General emprender, confiado la
conquista que quisiere”.
El respetable párroco, señor Casanueva, se congratula de
la armonía entre las autoridades todas.
Finalmente,
agradece al Ayuntamiento el homenaje en nombre de los licenciados, el señor
Encinas, quien lo dedica al Ejército, concediendo, de la manera más delicada,
la buena parte que correspondió en la victoria que se celebra a los jefes y
oficiales que supieron llevar al triunfo a estos soldados. Y transmite el
homenaje a jefes y oficiales, por conducto de nuestro paisano don Juan José
Castro Sogo, capitán veterinario, en situación de disponible que
accidentalmente se halla en esta, pasando seguidamente todos a darle la mano.
Y
termina el acto, dentro de la mayor cordialidad con vivas frenéticos a España,
al Rey, al Ejército, a los licenciados, a Almeida y al señor alcalde.
Acto
como el realizado por los almeidenses para celebrar la Fiesta del Soldado, no
ha tenido lugar, seguramente, en este pueblo desde que existe; no lo ha
superado ninguno de la provincia ni aun de España, no por su fastuosidad, de
todos el más sencillo, sino por la compenetración de todos con lo que se
celebra.
Fue
simpático, conmovedor, propio de un pueblo que sabe sentir las grandezas patrias.
Ayer
fue para los almeidenses fiesta nacional en cuerpo y alma, pues ni dedicó una
hora a sus propias ocupaciones.
Jamás
se borrará de nuestra memoria recuerdo tan grato y sugestivo.
NIHIL
Almeida
de Sayago, 13 de octubre de 1927
1 comentario:
Aquello debio de ser terrible.
Yo creo que lo peor del Desastre de Annual fue que no aprendimos la leccion. No aprendimos la leccion y cuando alguien no aprende la leccion tiene que repetirla y un siglo despues de aquella tragedia me temo que la vamos a repetir.
Es como el asunto catalan. No aprendimos la leccion en Cuba y como no aprendimos la leccion ahora la estamos repitiendo en el noreste de la peninsula.
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